Inocencio Arias
Inocencio Arias (Almería, 1940) ha hecho y lo ha visto casi todo. Comenzó su carrera diplomática muy pronto, en una España en la que todo estaba por hacerse. Fue director de la Oficina de Información Diplomática durante casi 20 años; embajador ante la ONU y representante de España en el Consejo de Seguridad; director general del Real Madrid, además de actor a la orden de directores como Luis García Berlanga, Manolo Summers o Antonio del Real. Pero hay más; con este hombre siempre hay más. Dueño de un agudo sentido del humor, al hablar de su vida, la actualidad, la juventud e incluso del futuro lo hace sin concesiones y con un sentido crítico. Maestro de la diplomacia, Inocencio Arias no ha renunciado jamás a la provocación, tampoco al trabajo, el esfuerzo, la educación y la lectura como base para cualquier proyecto de futuro.
«Mucha gente, jóvenes, en su mayoría, no saben lo que significó y costó pasar del franquismo a la democracia plena»
Asomarse a la biografía de Inocencio Arias es una forma de recorrer la historia reciente de España. Trabajó con todos los presidentes de la Transición: Adolfo Suárez, Calvo Sotelo e incluso aquel novísimo Felipe González que se estrenaba en la arena política. Fue testigo del despertar internacional de España, con la entrada a la OTAN y la Unión Europea. “Mucha gente, jóvenes, en su mayoría, no saben lo que significó y costó pasar del franquismo a la democracia plena”, explica Arias, quien entró en la carrera diplomática muy joven y tras descartar los estudios para ejercer como notario. “Tenía inclinación por los temas internacionales. Intuí que, aunque fueras de provincias, si aprendías los idiomas a fondo (me fui dos años al extranjero) y estudiabas seriamente el temario, tenías razonables posibilidades de sacar la oposición. Me animé a hacerla. Me apetecía más estar en el extranjero defendiendo a España que en un pueblo haciendo escrituras, por importante que sea la carrera de notario”, recuerda.
Nació y creció en Albox, un pequeño pueblo de Almería, de donde le viene acaso esa retranca con la que cuenta las cosas. “Era época de penuria, la gente vivía con estrecheces, entonces podías ser de familia desahogada, la mía lo era, pero no sabías que existía la mantequilla, el solomillo o un buen pescado. Ni que existían. No llegaban. Ni el teatro, ni un concierto. Se amasaba en casa el pan que debía durar siete días. Nadie tenía coche y un viaje a otra población a 130 kilómetros, podía significar dos transbordos. Con todo, influiría mi situación, tengo muy buen recuerdo de mi niñez”. Acaso por su dureza, aquellos años de la posguerra catalizaron la naturaleza inquieta y curiosa de un Inocencio Arias que a los 27 años ya había trabajado como consejero en las embajadas de España en Portugal, Argelia y Bolivia. Aquel fue el inicio de una larga carrera. “Creo que fui leal a todos los presidentes para los que trabajé, es lo normal en nuestra profesión con alguna excepción reducida, y, sinceramente, tuve mucha suerte en los ascensos. Soy un caso claro de estar en el sitio adecuado en el momento adecuado”.
«Creo que fui leal a todos los presidentes para los que trabajé, es lo normal en nuestra profesión con alguna excepción reducida»
Algunas de esas vivencias las cuenta con ironía y a veces con escepticismo, hasta el punto de pasar por cascarrabias en ocasiones. Quienes lo conocen saben que son esos rasgos -la cercanía y naturalidad- los que hacen de él alguien cercano. Por algo la mayoría de las personas lo llama Chencho: porque él se ha construido como un personaje cercano. Cuando fue embajador de España ante la ONU, Inocencio Arias se despidió del Consejo de Seguridad con un gesto que muchos aún recuerdan. Los miembros del Consejo, y el propio secretario general de la ONU, Kofi Annan, agradecieron a Arias su ánimo jovial y su sentido del humor, decisivos en los momentos más complicados de las decisiones sobre la Guerra de Irak. Arias, gran aficionado al fútbol, dirigió su despedida al embajador chino, Wang Guangya, a quien mostró su admiración por la diplomacia china, que es «reflexiva y observadora, de juego limpio, y en el momento de la verdad, decisoria y decidida». Inocencio Arias le entregó una camiseta del jugador del Real Madrid Ronaldo, que también simboliza «un jugar reflexivo, observador, limpio y decisivo».
«En los corredores diplomáticos lo más importante es la sensatez, seguir seriamente lo que te instruye tu gobierno, iniciativas no muchas»
Acaso su afición por el balompié y su talento natural para la diplomacia lo llevaron al estadio de Concha Espina como director del Real Madrid. Consciente de que aquel era un lugar privilegiado para transmitir valores y dar ejemplo a los más jóvenes, protagonizó una campaña de incentivo de la lectura que, insiste, volvería a hacer. “Más ahora que los jóvenes están mucho más pendientes del móvil que de un libro. La lectura no sólo instruye, es que te hace soñar y, sobre todo, pensar. No estoy seguro de que mi participación influyera mucho en la captación de lectores. Algo pero no mucho”. Con arrestos suficientes para moverse por igual en un baile de gala –él dice que no tanto- como en las polémicas de la entrada de España en la OTAN, Inocencio Arias ha completado una trayectoria vital y política que lo han convertido en una figura imprescindible para descifrar la España moderna que personajes como él ayudaron a construir. Nunca perdió, eso sí, un sentido vitalista y elegante del humor. “Me muevo regular en un baile de gala. En los corredores diplomáticos lo más importante es la sensatez, seguir seriamente lo que te instruye tu gobierno, iniciativas no muchas a no ser que las consultes y echar, en función del puesto, bastantes horas. Un poco, sin entrar en el bufonismo, de sentido del humor tampoco viene mal”.
Melómano de primera, gran aficionado a la ópera y la lectura, nunca o casi nunca se despoja de su pajarita. “Comenzó siendo un rasgo de coquetería o una traición de mi ego. Ahora ya soy rehén de la misma. No me la puedo quitar porque decepciono”, dice Inocencio Arias, quien en sus años en Nueva York era un abonado del Met –entabló entonces amistad con Plácido Domingo- de la misma forma en la que hoy es un asiduo del Teatro Real. Es un enamorado de la dramaturgia de Chéjov: Tres hermanas, La Gaviota, Tío Vania, El jardín de los cerezos; también de Guerra y paz, de Tolstoi, o Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa, novelas que ha releído en varias ocasiones y comparten espacio en sus gustos con la narrativa de Milan Kundera o J.D Sallinger. Tiene una vena artística Inocencio Arias, y lo ha demostrado en varias ocasiones. Ha participado como actor aficionado en ocho producciones españolas, entre ellas Todos a la cárcel, de Luis García Berlanga; Corazón, de Antonio del Leal, o Holmes & Watson: Madrid Days, de José Luis Garci. Ha ejercido el periodismo y por supuesto participado como tertuliano en no pocas ocasiones, además de ser autor de varios libros, el más reciente de ellos, sus memorias. ¿Qué no ha hecho Inocencio Arias? ¿Qué no ha visto? “Uno es como es. Siempre proclamé, incluso cuando cierta izquierda te miraba por encima del hombro mi pasión por el fútbol. También mi afición al cine o al teatro. Disfruto en los papeles que me han dado varios directores”, dice con la pajarita atada al cuello. Así es él.